AMALIA IGLESIAS: LA SED DEL RÍO





diez poemas del libro



 POÉTICA DE LOS CUATRO ELEMENTOS

No describir el fuego
sino hacer
que arda en el poema.

No decir el agua
sino saciar la sed
en cada verso del poema.

No definir el aire
sino sentir el aliento
que alguien respira en el poema.

No descifrar la tierra
sino enterrarse
y brotar en el poema.


DECIR UNA GUERRA

No se oxidan las latas de conserva
en los gabanes de los soldados muertos.

Alguien escondido en la despensa
raciona el azúcar a los niños,
sigue encendida la hoguera donde arden las cosas de la casa.

Apenas quedan pedazos memorables,
sus labios dicen palabras como estraperlo,
pólvora, racionamiento, maquis, milicianos.

Las trincheras casi intactas más arriba del monte,
círculos de piedra sobre piedra,
parecen restos de crómlech o improvisadas cabañas infantiles
y más lejos un campo de regaliz, retamas, manzanillas
y grandes serpientes plegadas como una bola,
uróboros deslizándose por las linderas.

Escondidos en la cueva,
escucharon durante horas aullar al perro sobre una tumba.
La figura del santo atravesaba los pastizales
para cambiar de bando cada noche.
En El Dueso un hombre con los dedos mutilados
gritó su nombre para llevarlo a fusilar,
pero los presos dijeron que ya no estaba.

Muchos años después
quedaban leyendas de tesoros abandonados en la huida,
polvorines enterrados en lugares secretos,
casas en ruinas, y campos de cultivo regados de metralla.

Alguien sembró patatas a oscuras en un rincón del huerto,
alguien las desenterró pocas horas después.
A escondidas robaban el arroz a las gallinas.
El pan era muy negro.
Se alimentaba de cortezas de naranja.
Cómo perdura el hambre en la memoria.


A SALVO EN LAS COLINAS

El prado, el paraíso, el sol poniente,
las llamas de la infancia en el centeno,
las formas que resuelven nuestros pasos
en torbellino de universo y sus detalles.

Todo es pasar despacio en la espesura,
esquivar el barro y la maleza,
esa lluvia de abril que nos abre los ojos,
de par en par memoria en su intemperie.

Para que nada estorbe la canción de la cima
vienen después pájaros de la tarde
con la luz ceñida en su sosiego,
viene impaciencia de tierra
a rezar su silencio a nuestro lado.

Todo el tiempo del mundo
anuncia un interior
de náufrago que espera.

Hoy es tarde todavía
y no se ha roto la canción que nos quedaba.


MARINA SIN MAR

Cae la tarde al vértigo del día inacabado.
He venido hasta el centro de la presa sin agua.
En el limo del fondo puedo escribir tu nombre
de Marina sin mar.

Nunca sabrán las olas
cómo baja la niebla por los pastizales
y se posa en la arcilla de la luz de anteayer
más despacio en sus grietas.

El viento juega con los posos del pasado
la dulce letanía de aquella tierrra intacta.
Por el rastro de la sangre…
los mismo brezos al borde del camino
recuerdan que mis brazos eran niños entonces.

Otra vez se hace tarde.
En las encrucijadas de corazón
huele a bosque mojado
para que nunca olvide mi cuna de madera
y tus manos perfumadas de orégano,
de arándano, de canela en flor.

Hoy camino contigo
por las linderas de Somonte
Todavía el viento desata tu pañuelo
antes de bajar a posarse en vuestras tumbas.


A LA DERIVA

Brotaban peces aturdidos
bajo el golpe de maza del cantero.

Flotaban sus cuerpos
con un brillo de plata en la corriente.

Los cangrejos apretaban sus pinzas
en los vestidos blancos.

Ahora son otros los cuerpos que vienen en la noche
flotando a la deriva.
Cuando llegan al mar
nadie sabe qué ríos han cruzado
los que ya nunca van a remontar
ni atravesar dos veces.


RETRATO DE MADRE CON SOMBRERO

Entonces tendrías la edad que yo ahora tengo
y eran eternidad tus treinta y tantos años.
En el azul de julio tus brazos de hierba
en lo alto del cielo, deletreando nubes.

Y nunca escaleras bastantes
para imitar el vuelo de tus venas,
Madre-selva y madriguera
y campo abierto
y techo intacto en la cima del mundo.

La voz del viento dejaba entre los chopos
la oración del verano:
aún el río murmuraba nuestros nombres,
sus años sucesivos.

Entonces tendrías la edad que yo ahora tengo,
los días de la liturgia y de la grama,
en tu cedazo las briznas del orbe.
Ya entonces yo quería escribir un libro de aforismos
solo para decir
“cribar como escribir”, “escribir como cribar”.

El resto es un cuadro de Millet o Van Gogh,
la luz de los trigales para siempre estrellada
y tus brazos de entonces incendiados de espigas.

Por las montañas aún regresan al alba
segadores de sombras.

TIERRA DE NADIE

Después de todo
ni tú ni yo somos de aquí.

Nadie puede medir el espacio
que desalojan nuestros pasos
ni dictar a qué patria pertenecen.

No hay puertas ni fronteras
en la complicidad del tiempo que te abraza,
el aire que respiras made in tierra
entra y sale de todos los pulmones.

No podrán levantar barricadas en los labios
ni poner concertinas en las voces.

5 VECES NIEVE

Diré cinco veces nieve
antes de pronunciar tu nombre en vano.
Recogeré la luz,
apaciguada en su asombro,
nubes derramadas a pedazos de cielo.

Para amasar despacio su limadura de labios y de versos,
diré nieve,
hilo y velo,
donde soñar nuestro ártico
antes de que se desvanezca
la fugaz glaciación,
la fiebre del abrazo.

Como el deshielo desnuda las raíces
en el silencio de un bosque,
vuelve a brotar intacto
el impulso primero de empezar a quererte.
Sueños polares,
tus prendas de amanecer
contra el cansancio de lo efímero.

Trazos cuerpo a cuerpo
sus copos aterrizan sin red
cerca del corazón
y su belleza no deja cicatrices.

No importa si lejano,
tu crepúsculo celta fermenta un sol
que espera hacia el verano, sus garabatos escriben
trizas de fuego
para cambiar de hemisferio.


CAMBIO CLIMÁTICO

Dicen que ya no llueve cuando toca
ni escampa a su debido tiempo.

El río se evapora y emigra para siempre,
las nubes guardan gotas frías,
proyectan inundaciones y huracanes.
Crecen agujeros negros
que incuban el centro de la nada.

Dicen que se deshacen los polos y se desbordan los mares,
y bajo sus fondos marinos habitan extrañas criaturas,
gambas gigantes y medusas,
anémonas de mar y arañas acuáticas.

Las hojas ya no saben cuándo dejarse caer
y los pájaros han comenzado en regreso sin acabar de irse.

Dicen que hará calor.
Donde sembramos manantiales de arena y de ceniza
sólo nos queda cosechar desiertos.


LA SED DEL RÍO

IX

La sed del río,
el poema de ser
contracorriente.
El labio atado
a su pequeña memoria,
entre delta y manantial, su torbellino.

Sus voces
no dejan de correr
por todas las páginas en blanco.



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