Aforismos de Ramón Eder

Ramón Eder: Algunos aforismos, una muestra
(sobre la literatura y la vida)

Del libro La vida ondulante, Renacimiento, Sevilla 2012


Para ser un gran artista hace falta tener talento, oficio y mucha suerte. Buena o mala, eso da igual.

Los que pasan la vida intentando ser normales no lo consiguen nunca.

Si nos alejamos mucho de una tentación caemos en la siguiente

La buena suerte, si dura, acaba embruteciendo.

Aquellas personas que cuando ven una tragedia en el telediario pierden el apetito después cenan el doble.

Hay que tener una sólida reputación, aunque sea en el bar de la esquina.

Las amistades nocturnas parecen sólidas, pero suelen ser líquidas.

Se puede hacer con la propia vida lo que a uno le de la gana, pero nada más.

Se murió y, con gran entereza, siguió viviendo como si no pasara nada.

Se es igual de inteligente a los veinte años que a los cuarenta, pero con un poco de suerte no se es igual de tonto.

Lo contrario de suicidarse es llevar una doble vida.

La inteligencia, a partir de cierto grado, se vuelve inevitablemente humorística.

Los escritos que un buen escritor tira a la papelera son mejores que los que publica un mal escritor, y precisamente por eso es mejor escritor.

En algunas novelas policiacas se echa en falta enseguida la falta de suspense, porque rápidamente se descubre que el criminal es el autor.

Algunos lectores, cuando  un libro consigue revolverles sus ideas, se enfadan como si les hubieran desordenado su armario.

La inteligencia no es otra cosa que el ama de llaves del deseo.

Lo bueno de leer muchas veces el mismo libro es que poco a poco se va convirtiendo en música.

Pocas veces pagamos por nuestros errores, pero nuestros aciertos los pagamos siempre.

Cuando se vive en el infierno, lo único que se puede hacer es el inventario de los horrores.

Se odia especialmente por razones inconfesables: a nadie se le puede perdonar que tenga la falta de tacto de ser nuestra caricatura.

Cuando se escribe la única manera de no copiar a ciertos autores es, precisamente, haberlos leído.

Nadie es tan poca cosa que no ocupe, exactamente, el centro del universo.

Haber nacido es un éxito biológico del que nadie se recupera del todo en toda su vida.

Somos inmortales todos los días de nuestra vida, excepto uno.


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